La fiesta ha terminado
escrito por Lluís Foix
publicado en La Vanguardia.es el 21 de mayo de 2010
Hace unos meses el semanario The Economist cubría toda su portada con un titular bien sencillo: The party is over, la fiesta ha terminado. Pocos economistas, y por supuesto ningún político, eran conscientes de que la parte más severa de la crisis no sería el 2009 sino el 2010, 2011 y años siguientes. Los tiempos de los discursos han dado paso a los decretos de recortes sociales que contradicen aquellos discursos.
La orquesta del Titanic sigue tocando pero ya nadie baila ni se divierte. La supervivencia es la prioridad. Hay prisas, nervios y pasos precipitados. El barco no se puede hundir. Cuando Raimon Obiols habló por primera vez de la “apoteosis barroca del dinero”, en los días en que España era una fábrica portentosa de fortunas rápidas, nadie le hizo caso. Al fin y al cabo, el ministro Carlos Solchaga afirmaba en aquellos tiempos de abundancia que España era el país donde uno se podía enriquecer más rápidamente.
No soy pesimista de plantilla y prefiero ser positivo. Saldremos de esta situación, no sé cuándo ni cómo. Pero saldremos. No sé vaticinar quién nos echará la cuerda al fondo del pozo. Sospecho que serán otros de los que hoy nos gobiernan, aunque no les veo preparados.
El premio Nobel de Economía de 2008, Paul Krugman, dado a conocer en la recta final del declive de George Bush, escribió que “si ustedes quieren saber de dónde salió la crisis, han de pensar que estamos viendo la venganza de la superabundancia”. Una superabundancia que descansaba en el crédito y la especulación, sin reglas ni políticas fiscales homogéneas, arrastrados todos por la galopante globalización sin el ropaje jurídico imprescindible para vigilar y corregir los abusos.
Atravesamos la segunda gran crisis del capitalismo y vemos que las consecuencias del primer tropiezo en 1929 se están repitiendo implacablemente en nuestros días. Crisis económica y financiera, crisis social y crisis política en el mundo occidental. Los expertos dirán que era inevitable. Pero lo dicen después y no antes, cuando tenían los datos para advertir lo que se avecinaba. Las consecuencias no les afectan. Seguirán debatiendo sobre sus teorías.
No es decente tratar el paro como una simple estadística, un recuento de víctimas accidentales en la lucha contra el gasto público, la inflación o la estabilidad bancaria. Los parados son personas, con familias, cuyas vidas resultan afectadas, y con frecuencia devastadas, por las políticas económicas de los expertos, convenientemente adoptadas por los gobiernos.
No sabemos cómo se aplicarán las correcciones, al margen de la terapia de urgencia que están dictando los gobiernos atribulados de hoy. Las correcciones hay que inventarlas y tendrán que pasar necesariamente por poner en el centro del sistema a la persona, la auténtica protagonista de la historia. Habrá que redescubrir el significado de la justicia, de la libertad, de la verdad y de la solidaridad entre individuos, pueblos, naciones y estados.
Ciertamente, la fiesta ha terminado.
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